Caminando en las alturas, allí donde se tiene la sensación de poder tocar el cielo, donde el aire es más
puro y la luz más
diáfana, tu paso se vuelve más firme, tu mirada más serena, el ritmo
cardíaco
más apasionado y alegre, y el discurrir de los pensamientos más limpio y
fluido, es donde la Naturaleza se muestra en toda su belleza y
sabiduría, y es capaz de seducirte, de
instruirte y de encandilarte, y de reconciliarte con el mundo y contigo
mismo... de no ser por la humillación infringida por aquellos dos lugareños de mediana edad, ataviados con chaqueta de lana, pantalón de tergal y zapatos de suela, que nos adelantaron a paso ligero, poniendo en entredicho nuestra capacidad de adaptación al medio y nuestra equipación de montaña de última generación. Caminaban sobre las piedras sin el menor cuidado ni otra preocupación que la de llegar puntualmente al velorio, partida de dominó, cita amorosa o lo que fuere.
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